domingo, 21 de octubre de 2012

Pequeñas misivas de una vida en organización


Alguna vez se me escapo a través de un escrito en 140 caracteres la siguiente conclusión: Cuando las cosas no coinciden no hay destino que las una. No es que yo sea una fiel creyente del destino ni mucho menos, siempre afirmo que la vida es una sucesión de consecuencias a las decisiones que tomamos. Pero si analizamos un poco mi pensamiento de sábado a la noche en un boliche después de un par de fernets, resulta bastante revelador. Si vivís intentando con la llave que no es, lo que vas a conseguir es que se rompa y te quede adentro de la cerradura. ¿y cuál va a ser el resultado? Vas a tener que llamar a un cerrajero, a las 3.40 de la mañana, que te va a cobrar 600 pesos porque tenés una puerta del año del pedo y tiene que hacer un trabajo de logística más grande que el traslado de un camión de caudales. O sea, vas a salir perdiendo por donde lo mires.
Pero ¿qué hacemos con esas contradicciones que nos llevan a pensar que las cosas en realidad “no son tan así”? Nada. Simplemente justificamos y excusamos para no aceptar ciertas derrotas. Porque la derrota implica tristeza, y la tristeza implica no querer salir de tu casa aunque el sol te esté dando la mano para ir a  la calesita. Entonces nos metemos en un laberinto cerebral que nos lleva a buscar caminos que no existen en situaciones que no son reales. No porque no sucedan sino porque simplemente no son lo que deberían ser. Aceptar que te equivocaste y que elegiste mal termina siendo tan asfixiante como una piedra de 10 toneladas apoyada encima de tu espalda cuando estas tratando de dormir.
Aunque es verdad que las enredaderas que aparecen en los pensamientos y que van directo al cuore terminan siendo perjudiciales para la salud, también hay un paso posterior que nos estamos olvidando: la libertad.
Ya no preocuparse, ya no preguntarse por esa actitud, dar ese pasito al costado de la vía cuando el tren viene a todo lo que da y no va a frenar genera un bienestar extraño pero aliviador. No es dejar ir a otro ni a una situación. Es dejarte ir a vos mismo en ese embrollo en el que te metiste solo. Es cambiar la piel como hacen las serpientes y otros bichos. Es darte un beso a vos mismo con todo el amor del mundo y mandar a ese “vos, que no eras vos” en un cohete al infinito y mas allá…